Del loco peligroso al loco lindo. Elogio de la locura argentina

NOMADA – ABRIL DE 2007 – NRO. 4

ALVARO ABOS
“Los argentinos pasan de la euforia a la depresión en segundos. Hoy se sienten los reyes del mundo y mañana, los insectos más despreciables. Son personajes de Dostoievski, por decirlo más claro…” Vittorio Gassman
En todo argentino hay algo de loco. Y la parte de loco que tiene cada argentino es, a veces, la mejor. ¿Qué otra cosa puede decirse de un país cuyo mejor representante, en el siglo IXI era llamado el “loco Sarmiento”? Primero se lo decían a guisa de insulto: queriendo decir que siendo como era, una persona desmesurada, daba miedo confiarle el desino del país, su presente y futuro. Cuando se entendió que era desmesurado porque no había medida para contener su fuerza y su talento, contar con semejante “loco” pasó a ser un timbre de orgullo.

Desde el loco Sarmiento a las locas de la Plaza de Mayo, pasando por los siente locos de Roberto Arlt, mucha agua ha corrido bajo el puente. Ha habido locos estentóreos. Unos pocos silenciosos. Algunos eran más locos que otros. De varios puede preguntarse el lector qué tenían de locos. Se dirá, quizá, que, “esa locura” era el nombre que se les daba a otros atributos, ya sea el genio, ya sea la originalidad. ¿La notoriedad?

En algunos casos, fueron locos por geniales. Estaban los locos malos, los locos mansos, algunos casi santos. Todos, por locos, eran distintos, o quizás por ser distintos los llamaban locos. El loco es el que desafiaba al rebaño. El que se anima a hacer los que otros no hacen. Los locos y los niños dicen grandes verdades, porque no padecen los frenos sociales que conllevan tanto la cordura como la adultez, o bien los rompen. Una variante inofensiva del loco el – “bobo” -, fue elegida por Macedonio Fernández para escribir una serie de textos chaplinescos que firmaba como “El bobo de Buenos Aires”. Escondido tras la máscara inofensiva del bobo, Macedonio disparaba los dardos de su humor funámbulo. El propio Macedonio, como es sabido, fue sospechoso de estar algo “tocado”.

En el país del psicoanálisis y su precisa nomenclatura que impregna en el lenguaje de todos los días, la palabra “loco”, paradójicamente, rueda por las locuciones populares con significados diferentes. Así, va de lo peyorativo al elogio, de establecer distancia a hacer de bisagra íntima, de enmarcar grados de una supuesta normalidad a una marca del coraje. Pero también los argentinos decimos “loco” para designar la desmesura y la genialidad.

En la primera edición de su historia de la literatura hispanoamericana (1954), Enrique Anderson Imbert insinúa que el autor de No todo es vigilia la de los ojos abiertos padeció, en sus últimos años, alguna disminución en las facultades mentales. En ediciones posteriores corrigió el juicio. De todas maneras, de haberlo conocido Macedonio – muerto en 1952 – habría sonreído porque tenía por condecoración ser adscripto a esa locura que él consideraba divina.
“Quereme así, piantao”

Un “loco”, en el sentido superlativo y excéntrico que tanto ocupa el interés de los argentinos, es en alguna forma un creador: por algo, a la imaginación se la llama “la loca de la casa”. Y ya se sabe que la imaginación es lo imprevisible de cada uno.

La aparición de un loco nadie la espera y cuando sobreviene, a todos inquieta. En el barro de “lo loco” chapalean artistas, deportistas, criminales, santos. Payasos, prostitutas, timadores. También inventores: locos por definición, por rompedores de límites y grandes ilusos ya que crean algo diferente donde no había nada. En general, a los locos primero se los condena, y solo cuando la sociedad no puede eludir el peso de la “locura”, se los canoniza. A las madres de detenidos sin paradero que en pleno Proceso comenzaron a caminar cada jueves por la Plaza de Mayo, la dictadura las llamo “locas” para denigrarlas. Así se tituló: Las locas de la Plaza de Mayo el primer libro que se escribió sobre ellas.

Desde que Desiderius Erasmus Rotterdemus, también conocido como Erasmo de Rotterdan, publicó en 1509, su Elogio de la locura (Moriae encomium), un corto libro en el que le da la palabra a la locura para que se defienda a sí misma, ella tiene un atractivo que difícilmente pueda equiparar su contrario, la cordura. Entre los argentinos decirle a alguien “loco”, conlleva admiración y un matiz de cariño. En 1976, una historieta comenzó a publicarse cada día en el diario Clarín. Sus autores bautizaron al protagonista, un muchacho común y corriente, como “El loco Chávez”. La tira reflejaba la vida de la ciudad de Buenos Aires, en un registro costumbrista. El personaje era un cualquiera, pero había algo en él que lo convocaba a ser un héroe, aunque un héroe cotidiano, hecho de carne y hueso y o de bronce. Ese era su atractivo: era un “loco” que todos podían ver a la vuelta de la esquina.

En las siete visitas que Vittorio Gassman hizo a la ciudad de Buenos Aires, captó con agudeza ese afán de desmesura que late en el fondo de cada argentino y que difícilmente se canaliza en virtudes como la modestia, la prolijidad, la sencillez y la menudencia. ¡Che, que loco!, se titulaba una película que hizo Pepe Iglesias “El Zorro” cuando en España, allá por los años 50 del siglo XX, aquel cómico era un argentino prototípico: su cualidad más destacada era la astucia revestida de simpatía, el “verso”. Doy fe de que muchos españoles recordaban veinte años después el título del film como una marca de identidad de los argentinos.

“Que haces loco” es una forma coloquial de saludo que ha resistido todas las modas. “Loco Lindo” y “loco de varano” son expresiones argentinas que aluden con un matiz simpático a manías y excentricidades. Otras derivaciones de la palabra, en cambio, no han sobrevivido al paso del tiempo. Por ejemplo, aquella exquisitez gastronómica muy gustada en las confiterías de los años cincuenta: el “locatelli”, un sándwich.

Los diccionarios de argentinismos abundan en sinónimos de la palabra loco: colifa, colifato, piantado, revirado, todos términos ya antiguos, y otros más cercanos como “estar del tomate”. ¿Tienen algo en común? En cambio, la lengua de los argentinos no registra una expresión usual en España: “ido”. Las formas argentinas de designar la locura eluden ese matiz que tiene algo de evanescente. Lo que si abunda es el énfasis, tan argentino: alguien que es muy loco, es un “loco de la guerra”. De alguien que está muy contento, los argentinos dirán que está “Loco de contento”. Que “Fulano es loco” suele querer decir que Fulano es extra-ordinario. Una cualidad que sobreviene: no suele ser connatural, sino adquirida; así, por ejemplo, Zutano “se volvió loco”.
Locos sublimes

¿Quiénes integrarían un olimpo de locos argentinos? La elección es personal. Entre los escritores locos. Incluiría a Emilio Lascanao Tegui, un muchacho entrerriano que era dentista pero se construyó una falsa identidad como noble, firmando su obra como el Vizconde de Lascano Tegui. Por supuesto, no puede faltar el gran Jacobo Fijman, un loco manso y maravilloso, un loco iluminado. Contemporáneo de Lascano Tegui fue Omar Vignole, el hoy olvidado autor de El hombre de la vaca. Un escritor popularísimo en la década. Del ´30 que se paseaba por Florida con una vaca atada al cuello – incuso viajó a Europa con ella – y una vez la llevó a defecar en las escaleras del Congreso para expresar su opinión sobre los políticos. ¿Era loco o era clarividente? Vignole o Lascano Tegui pertenecían a la falange de los “raros”: lo excéntrico es una faceta del loco, no la única. Locura o más bien travesura fue la de Oliverio Girondo, quien para publicitar su libro de poemas Espantapájaros hizo construir un muñeco de papier.maché, al que paseaba por Buenos Aires en un mateo. Luego lo instaló en un local de Florida y allí vendió cinco mil ejemplares de su libro lo que más que locura es una hazaña aún hoy extraordinaria.

El delirio es una característica del loco que muchos escritores han desarrollado. Por ejemplo, Jorge Damonte Botana, el gran Copi. Tenía a quien salir, ya que era nieto de una “loca” total: Salvadora Medina Onrubia, la corajuda, original inimitable, talentosa e infortunada musa y colaboradora incansable de Natalio Botana en esa empresa loca que fue el diario Crítica. O el no menos talentoso Cesar Bruto, es decir Carlos Warnes, un señor que no tenía nada de loco – era muy serio – pero que supo crear un personaje delirante, inverosímil, tocado por la locura idiomática, tanto que inventó una jerga propia, un idioma argentino macarrónico.

Locos sublimes son los inventores, al mismo tiempo racionales y desequilibrados, pues son capaces de agregar una innovación al saber aunque a veces el invento y la superchería están separados por un hilo delgado. ¿ Acaso no hay que estar un poco loco para descubrir que una bolita embebida en tinta era la mejor manera de escribir sobre papel? Genial idea del húngaro argentinizado Ladislao José Biro, el inventor de la birome. ¿Y qué decir de aquel Juan Baigorri Velar, que había inventado la máquina de hacer llover?

A veces la locura tiene una connotación feliz: los locos mansos como Jacobo Fijman o Macedonio Fernández parecen encontrar cierta paz en su ensoñación. Pero muchas veces la locura es sombría: recuérdese el caso de tantos creadores sublimes que se hundieron en una locura atroz, como la de Vincent Van Gohg o Federico Nietzche. Quizás fue el caso de Vito Dumas, nuestro navegante solitario. Pocos argentinos como este gran deportista accedieron a la celebridad mundial con tantos y tan buenos pergaminos. Vito Dumas dio varias vueltas al mundo a bordo de una embarcación frágil. Absolutamente solo. Una hazaña que aún hoy medio siglo después y con embarcaciones mil veces más sofisticadas, es admirada por los navegadores. Sin embargo la soledad abismal de los océanos lo perturbó, amargándole los últimos años. Agréguese que, por haber recibido honores del presidente Perón, caído éste, Vito Dumas fue cuestionado. Vito Dumas cayo en el pozo negro de la depresión. Otro final tristísimo fu el del pequeño duende de la poesía argentina, Alejandra Pizarnik.

Entre los futbolistas, recuerdo haber gozado mucho con dos locos maravillosos. Orestes Omar Corbata fue mi loco favorito, por racinguista. En segundo lugar, Hugo Orlando Gatti, el crack que, como un Cristóbal Colón en los mares, se lanzó a una conquista insólita: convertir al arquero de mero bastión defensivo en un jugador de campo y hasta en un armador de ataques.

Yo por ejemplo no dejaría afuera de una galería de locos porteños a un Astor Piazolla, pero no por haber musicalizado aquella Balada para un loco que le escribió Horacio Ferrer, sino por la división locura de sus setecientas obras: un rio de horas y horas de música, una desmesura creativa fogueada por la locura de un genio musical contra viento y marea, contra la opinión de su tiempo y contra la doxa tanguera. Pero si Piazolla era loco, que decir de don Vicente Piazzola, Nonino –si, el del Adiós Nonino-, el padre de Astor, ese peluquero argentino inmigrante en Nueva York que le compro un bandoneón a su hijo Astor, de 12 años, cuando este pibe argentino odiaba el bandoneón y solo se interesaba por el jazz. ¿Era un visionario don Vicente? Quizá simplemente tenía esa fe ciego en una visión anterior que en la materia de todos los Quijotes del mundo, esos locos. Gracias, don Vicente.
¡Estamos todos locos!

En 1982, en el periódico La República, editado por exiliados argentinos en Paris. Julio Cortázar escribió su particular Elogio de la Locura, un texto en el cual asume la militancia del poeta que prefiere la fantasía a la realidad advierte cómo “la razón se rompe los dientes con una realidad que no se deja ir ni se dejará atrapar por las frías armas de la lógica, la ciencia pura y la tecnología”. Cuando la realidad como entonces, tomaba los aciagos rasgos de una tiranía, el poeta, con su sub-realismo, o realismo del loco, subvertía el poder.

“¡Estamos todos locos!”

Esa expresión coloquial se ha hecho muy popular. Generalmente se la formula como pregunta retórica. Es decir, una pregunta que en sí misma conlleva la respuesta.

Pero, ¿estamos todos locos?

La expresión alude a algo que se considera absurdo, un proyecto irrealizable, una pretensión imposible.

Mientras tanto, la palabra “loca” conserva connotaciones sexuales denigrantes. Cuando se afirma de una mujer que “es loca” se quiere decir que es, poco más o menos una prostituta o al menos, “ligera de cascos”. El tratamiento coloquial de los homosexuales abunda en el calificativo “loca”, recogido y amplificado por una obra de teatro y un film: La jaula de las locas.

El loco, a partir de Miguel de Cervantes Saavedra, es bocado muy apetitoso para un escritor.

Los locos argentinos dan mucho jugo y me pasaría largo tiempo escribiendo sobre ellos. Quizá con la esperanza de que se me pegue algo del delirio ¿sublime?, ¿pedestre? De estos argentinos únicos.

Estar loco, al fin y al cabo, es una manera de estar vivo.
Alvaro Abós. Narrador ensayista y periodista, autor de las biografías d Macedonio Fernández, Ntalio Botana y Xul Solar. Entre sus muchos libros destacan la novela El simulacro y los relatos de La baja trece.
Proponerse darle una nueva dimensión ética y moral al sistema financiero mundial desde el fin del mundo es una locura linda y colectiva. Pero parece ser concertada con la tradición argentina. Al decir de Álvaro Abos, tradición de brillantes locuras desde nuestros principios.

Dentro de esos inventarios se suma ganar un mundial de futbol con la mano y con el mejor gol de la historia a la vez. Con la mano y con un cuerpo agacelado. Con la locura de la mano de Dios y la cordura de la sublime elegancia de barrilete Cósmico.

Que se enredó en aquel Cristo Cósmico que vio Theilhard de Chardin.

La locura de transformar el drama argentino en Genocidio Argentino por prepotencia de soberanía nacional. Sin pedir permiso al Consejo de Seguridad de las Naciones unidas. Y ser admirados y enseñar al mundo.

La locura de un año crear 17 monedas que valían igual que el dólar sin necesidad de crédito ni sistema bancario.

La locura de una sociedad con una grieta monetaria en torno a dos monedas. La nacional para los pobres y el dólar para los ricos. La locura de soportar a lo largo de cuarenta años, si cuatro décadas, las tasas de interés locales más alto del mundo.

Y podemos seguir. Pero nos detenemos en dos lindas locuras argentinas. De las que nos proponemos sacar una tercera.

La primera se dio en los ´70. Cuando desde el Instituto Balseiro, allá en Bariloche, un grupo de científicos argentinos sintió tocado su orgullo. Encabezados por el fisco y Presidente del Instituto Mallman, organizaron la Fundación Bariloche para responderle desde el fin del mundo al Club de Roma, que busco ordenar el mundo por computadora por primera vez y llego a la conclusión de que había que frenar el crecimiento y congelar el statu quo mundial.

El Modelo Latinoamericano de los locos de Bariloche le salió exitosamente al cruce. Bien desde el Fin del Mundo.

Y llamo la atención de otro loco que paso de partisano Italiano a Presidente FIAT, Enrique Peccei. Y que fundó el Club de Roma para generar un sistema de cooperación mundial que superara el esquema de la guerra fría. Peccei, se enamoró de la respuesta argentina de los locos de Bariloche. Y decidió financiar el debate de las dos posiciones.

Una desde el poder tradicional mundial y otra desde los revoltosos y locos pueblos de Latinoamérica. La loca discusión tuvo una jerarquía internacional y fue ganad por el Modelo Latinoamericano en lo científico y en la honestidad intelectual, En la práctica los factores de poder desmontaron la honestidad intelectual triunfante a los tiros.

Los locos de Bariloche invernaron 43 años. Hasta el 2013.

Ese año, desde el fin del mundo, emergieron dos proyectos de locura. Un grupo de científicos jóvenes decidieron convertirse en argeneologos de los espíritus sanos y recuperaron el modelo Latinoamericano- El que esperaba su resurrección en aquellas tarjetas perforadas de computación.

El mismo año, por primera vez en los 2000 años de historia un Papa del Sur, argentino, americano, latinoamericano, jesuita, descendiente de los mártires de la Iglesia Latinoamericana, pobre, brillante y contundente intelectual, llegaba para actualizar el mensaje de Cristo.

En sus palabras, el Espirito Santo, lo puso para eso. Lo que lo empuja a cambiar el mundo. Y lo inspira a convocar a un nuevo sistema financiero internacional que reemplace la actual obsolescencia por una nueva síntesis ética y moral financiera.

Así está escrito por Francisco en la Encíclica “Laudato Si”, la Casa Común del 2015.

¿Consumación divina de la cantera de locura argentina?

¿Elogio consagrado de la locura argentina?

¿Dios haciendo el gol con las dos manos y no con una?

¿Resurrección de los mártires latinoamericanos y del mundo?

¿El Plan de Dios del Concilio Vaticano OO para unir a las religiones?

¿Cortazar, Borges, Leopoldo Marechal re-encarnados con olor a oveja?

¿La esperanza, la justicia y la paz innegociable?

¿El triunfo de la humildad?

¿El fin de la post – modernidad sin moral?

¿Todas las energías de bien en torno a un loco argentino?
Estas dos locuras del año 13 convergieron en torno a un movimiento que se inspiraba desde el 2011 en otros 3 locos: Monseñor Helder Cámara. Monseñor Jerónimo Podestá y Clelia Luro de Podestá.

Ese movimiento fue el puente de unión entre el Modelo Latinoamericano resurrecto y el papa Francisco y sus nuevos Paradigmas.

La idea anido en otra de las locuras argentinas prestigiadas en el mundo: El Movimiento de Empresas Recuperadas a través de IMPA, su fundadora.

As fue como Francisco, escucho la propuesta del Movimiento Helder Cámara y de IMPA – MNER y dio curso a un observatorio de la Riqueza para un Nuevo Sistema Financiero mundial Ético.

Y a ese loco objetivo lo estamos invitando. No importa su no especialidad, su no preparación. Si importa, su libertad creativa y no dogmática. Nadie puede tener toda la verdad para semejante locura. Pero todos pueden aportar su potencia humana.

Nadie buscara aquí personalismo, tan caro en estos días.

Todos podrán opinar y criticar en igualdad de condiciones.

El objetivo es uno. Los caminos diversos e imprevisibles. La calidad para empezar es ´óptima.

Y esa calidad está dada porque el sistema financiero actual no solo no es ético, sino que se muerde la cola. La deflación internacional sin piso es su entrada al Museo de la Historia.

Y basado en eso, es que ésta aparente locura propuesta por Francisco es una realidad inevitable. No solo una necesidad moral.

Él lo resume en el punto 121 de la Encíclica:

“Es necesaria una nueva síntesis pendiente que supere falsas dialécticas de los últimos siglos”

Pequeña locura convocante de un Papa a toda la humanidad.

Hermosa locura de amor desesperado de los pueblos.

Allá vamos. Con la Alegría de los tres Chiflados. Y la Ciencia de Viaje a las Estrellas.

Préndete. Se libre. Lo demás no importa nada.
MOVIMIENTO HELDER CAMARA

Por la PAZ entre las

RELIGIONES y los PUEBLOS

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