El alcance de las palabras

“La fuerza, para enfrentarse con la fuerza, recurre a las creaciones del arte y de la ciencia”
Karl Von Clausewitz. De la guerra

Venimos del siglo de la consciencia y el inconsciente. El siglo del lenguaje. Como nunca se desarrollaron nuevas vías de comunicación, que permitieron repetir la experiencia de la palabra impresa: la propagación de una idea donde la voz humana no llega. El siglo en que dos grandes guerras en Europa pusieron a las universidades a pensar e investigar al respecto. El veinte es el siglo de la masa, de la necesidad del Estado para proteger a la población de la voracidad del capitalismo, de esta forma que tienen las personas de relacionarse, donde se trata de obtener el mayor beneficio al menor costo, porque lo que rige es el tanto tienes tanto vales.

El veinte fue el siglo de los experimentos sobre la obediencia, después que se probó hasta dónde podía llegar la objetivación de las personas. El siglo en que la objetivación se hizo oír denunciando lo hecho en los manicomios, las cárceles, el cuerpo de las mujeres, las primeras víctimas de la objetivación que necesita la propiedad. La propiedad, la objetivación, parieron el patriarcado, la apropiación del cuerpo de las mujeres para garantizar quién heredará lo acumulado, lo que el matriarcado no podía asegurar.

El siglo XX es el siglo del sujeto, como llaman los psicoanalistas a la expresión verbal de las personas. Siglo en que se escuchó que no hay más allá del lenguaje, algo que sólo a un académico encerrado en la habitación de un campus universitario se le puede ocurrir, porque su vida se desarrolla en el pensamiento. Por eso a algunos también se les da por ponerse a escribir sobre el cuerpo, porque no lo usan, desconocen su potencia. Deberían probar estos profesores de ir a compartir sus dudas sobre la pertenencia del cuerpo con los trabajadores adoloridos, para escuchar cómo se les ríen.

A ningún artista se le ocurriría decir que no hay más allá del lenguaje, tampoco a ninguna persona que haya experimentado una de esas vivencias que las palabras no alcanzan para contar. La humanidad no precisaba del psicoanálisis para saber que las palabras no llegan a decir la verdad, a contarlo todo. Un combatiente de la guerra de Malvinas escribió: «Aquel día estaba completamente seguro de encontrarme, finalmente, frente a la posibilidad de contarlo TODO, de golpe, sin interrupción. Pero ¿Qué es TODO?; ¿qué fue TODO en aquellos dos meses de guerra? Y al fin de cuentas ¿qué puede hacer la palabra con TODO? : trazar límites, dejar fuera e incluir, conservar y perder, elegir, brillar a costa de infidelidades, callar cuando todo empieza, hablar cuando todo calla… Recuerdo a Barthés, que hace treinta años resumió tan hermosamente lo que tiene entre manos un escritor moderno si quiere reflejar la terrible diversidad de su mundo: ‘una lengua espléndida y muerta'»1.

No consideramos bajo ningún aspecto que tengamos a disposición una lengua muerta, sino que es una imposibilidad material de la palabra el poder expresarlo todo. La palabra representa, hace presente lo ausente, por lo que claramente no todo está en el lenguaje. Hace presente en el exterior algo interno, hace presente en un escrito una idea, uno tiene la posibilidad de hacer presente una vaca con nombrarla.

En nuestras universidades latinoamericanas obligan a los estudiantes a leer textos en los que se desperdician doscientas páginas para afirmar que no podemos pensarnos sin lenguaje, como si compartieran el descubrimiento de la estructura atómica. No podemos pensarnos sin lenguaje porque a las personas les cuesta pensar que alguna vez las personas no hablaron, aunque no eran personas, eran seres en vía de.

Cuando una persona aprende a hablar a través del lenguaje incorpora el ordenamiento social del lugar en el que es recibido. La criatura humana no dispone de autonomía para desplazarse por lo que no puede acceder a aquello que necesita sin la mediatización de un adulto que le ofrece el lenguaje para pedir, diciéndole cómo tiene que llamar a aquello que necesita. Para Jaques Lacan el deseo es producto de la diferencia entre lo que la criatura necesita y lo que el adulto le da. Todos sabemos lo que es no recibir lo que pedimos.

No se puede negar que hay una relación entre el pensamiento y el lenguaje, crecemos otorgándole al mundo el sentido que recibimos de aquellos que nos rodean, cultura que le dicen. En el pensamiento se expresan palabras oídas, aunque no son las únicas representaciones que se alojan, también hay representaciones visuales, olfativas, auditivas, táctiles. Es sabido que los seres humanos otorgamos sentido a lo que nos rodea, interpretamos los estímulos que recibimos. Decimos que, a diferencia, los animales responden instintivamente.

Toda persona sabe que los pensamientos no solo son racionales, que también los hay de los otros, los que se nos imponen sin que nos lo propongamos. A partir de una imagen, un sonido, un olor, nos aparece un recuerdo sin haberlo convocado. Es que desde que somos bebes comenzamos a asociar las imágenes que tenemos en nuestro pensamiento con palabras. Solo para dar definición, el pensamiento es donde los seres vivos guardan las imágenes. Considero que los animales tienen pensamiento, pero no razonan porque no tienen lenguaje, aunque se comuniquen.

No es casualidad que Sigmund Freud tomó como método la asociación libre, es decir, pedirle al paciente que hable de lo que venga a la mente sin reprimirse, sin importar que considere que no tiene nada que ver con lo que estaba hablando. De la imagen mental a la palabra, la palabra hablada que trae otras imágenes, y de palabra en palabra se pasa de una imagen a la otra, básicamente lo mismo que hace la literatura. Pero nos detendremos más adelante a reflexionar al respecto.

Cuando hablamos repetimos un orden que desconocemos, eso es el inconsciente. Ese orden está expresado en la lengua que incorporamos al aprender a hablar. Lo que quiero señalar es que en nuestra lengua se expresa el ordenamiento social, de eso se trata el discurso, de la materialización simbólica de una correlación de fuerzas que se expresa cuando hablamos, escribimos. En las lenguas occidentales se expresan los dos pilares sobre los que se basan nuestra sociedad: la propiedad privada y la obediencia.

La propiedad le exige a la lengua pronombres posesivos. La obediencia, términos que denoten jerarquía, como usted en castellano o “o senhor”, como dicen en portugués. “A dialéctica do senhor e o escravo” fue como tradujeron en Brasil lo que conocemos en castellano como “La dialéctica del amo y el esclavo”. Al cafetero esclavista lo llaman “O senhor da fazenda”. Aunque pisen el mismo suelo aquel que lo pronuncia y aquel a quien está dirigido, no ocupan los mismos lugares en la superficie. Esto muestra que en la lengua se expresan los principios que rigen las relaciones sociales, en la forma en que se ordenan las palabras el ordenamiento social vigente. Fue un psicólogo francés, Michel Foucault, el que se puso a pensar y escribir al respecto sobre el discurso, al encontrar en lo escrito un orden que se repite.

El ordenamiento social también se encuentra expresado por escrito en las Constituciones que hacen a la dimensión ideal del Estado. El Estado, como toda institución, cuenta con una serie de reglas que exigen respeto de parte de sus miembros y donde se establecen posibles relacionamientos sociales y comportamientos. Tenemos permitido todo aquello que la ley no prohíba. Las leyes muestran la imposibilidad del Estado de controlarlo todo.

Es sabido que las Constituciones se reforman y que las mismas expresan el pensamiento de un sector social en un momento dado de la historia, esto quiere decir, que las leyes son las expresiones materiales del pensamiento de un sector de la población con capacidad para imponer un sentido, una dirección, al ordenamiento social. En caso de que las reformas constitucionales sean realizadas durante procesos democráticos, aquellos encargados de construir la estructura ideal del Estado son elegidos por el voto popular.

Dentro de una sociedad regida por la democracia representativa, donde las personas que quieran gobernar precisan formar parte de un partido político para competir electoralmente y salir a ofrecerse como representante de la ciudadanía dentro del Estado, las tecnologías comunicacionales resultan una vía para poder expandir su propuesta, llegar allí donde su presencia física no puede. De esta manera, los medios de comunicación resultan posibles representantes de los representantes.

Esto no comenzó con la televisión, es así desde la existencia del periódico. Como nos recuerda Raúl Zaffaroni en La palabra de los muertos, a fines del siglo XIX los dueños de los diarios habían adquirido un poder desconocido hasta el momento en Francia. Cuando hablamos de poder nos referimos a la capacidad de condicionar el accionar ajeno. Es por eso que el pensador latinoamericano recuerda a Gabriel Tarde, que en 1898 advirtió: “Desgraciadamente la prensa es beneficiaria de una enorme impunidad legal o ilegal y puede predicar el asesinato, el incendio, la expoliación, la guerra civil, organizar un chantaje, aumentar la difamación y la pornografía a la altura de dos instituciones intangibles. La prensa es el poder soberano de los nuevos tiempos”2.

¿Pero dónde radica el poder de la prensa, de la radio, del cine, de la televisión? En su capacidad de generar pensamientos, ideas, sensaciones, sentimientos, que condicionan las conductas de las personas a partir de lo que consiguen producir en el cuerpo. Y como sabemos, los sentimientos, los pensamientos irracionales, son capaces de condicionar las elecciones.

Antes de la democracia representativa, quienes hacían la guerra conocían el poder de la palabra, su capacidad para hacer creer a los combatientes que irían a ganar, que confiaran. En la literatura encontrarán ejemplos dados por escritores que estuvieron en una guerra. Nosotros vamos a tomar el de un general francés, Napoleón, que no sólo escribió que “la suerte de una batalla depende de un instante, de un pensamiento”, sino que también compartió que “En toda batalla ocurre un momento en que los más valientes soldados, los que mayores esfuerzos han hecho, se sienten dispuestos a correr. Este miedo proviene de falta de confianza en su valor; no se necesita sino la ocasión más insignificante, un pretexto para devolverles esta confianza; el arte magno consiste en hacerla renacer”3.

Durante la primera gran guerra europea, cuando distintos pensadores europeos publicaban libros reflexionando sobre las masas, se aplicaron, como en toda guerra, acciones psicológicas a través de la propaganda. La propaganda, aunque suene redundante, es la propagación de una idea. A través de estas técnicas buscaban no solo levantar la fuerza moral de la tropa propia, a partir de signos o símbolos, sino que también las utilizaban para atentar contra la fuerza moral del enemigo, buscando generar miedo entre la población enemiga para que desistan de la idea de apoyar o sumarse al ejército.

Finalizada la guerra, esas técnicas se aplicaron a las ventas, donde los diarios se ofrecían como una vía para vender productos, también la radio, después llegaría la televisión para evitar el esfuerzo de la imaginación.

Un sobrino de Freud, Edward Bernays, jugó un rol fundamental en la incorporación de las mujeres en el consumo de cigarrillos, a partir de la aplicación de los descubrimientos de su tío, sobre el deseo inconsciente, a la publicidad. Probada la efectividad publicitaria para condicionar las elecciones de la población, fue poco el tiempo que se tardó en hacer de un candidato un producto publicitario. Bernays publicó en 1923 un libro llamado Cristalizando la opinión pública.

1 Daniel Terzano. 5000 Adioses a Puerto Argentino. pp.14-17 Ed. Galerna.
2 Raúl Zaffaroni. La palabra de los muertos. Conferencias de criminología cautelar. p.366. Ediar.
3 Máximas de Napoleón sobre el arte de la guerra. Traducidas y anotadas por el general José Antonio Páez. p.108. Ministerio de Comunicación e Información. Venezuela.

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